Un corazón para este mundo*
* Este artículo recoge, en su mayor parte, expresiones textuales de la encíclica Dilexit Nos, introduciendo sólo algunas palabras para darle cierta continuidad y facilitar su lectura. El autor de la recopilación prefiere el anonimato (E. M. D.).

Con su Encíclica Dilexit Nos (Nos amó),1 el papa Francisco nos ha entregado un precioso documento que, profundizando en nuestra fe, es una reflexión profunda e innovadora sobre la devoción al Sagrado Corazón de Jesús, mostrando la juventud y frescura de la Iglesia, siempre nueva y antigua, Nova et Vetera.
En un recorrido por la historia, el Papa constata cómo el corazón ha sido siempre la referencia a la más profunda interioridad de la persona en todas las culturas, y cómo la Iglesia —en su rica tradición— ha mirado desde siempre el corazón amante de Jesucristo como el centro desde donde irradia el amor que tiene a la humanidad.
Consecuente con su énfasis pastoral en la misericordia y la ternura de Dios, observa que hasta ahora ni teología ni la filosofía han prestado atención al cuerpo y a los sentimientos. Pero que lo que no resolvió la teología en la teoría, lo resolvieron la práctica y la religiosidad popular, que han suplido los vacíos de la teología, alimentando la imaginación y el corazón, el amor y la ternura para con Cristo, en la devoción a su Sagrado Corazón. Asimismo, ruega que nadie se burle de las expresiones del fervor creyente del “Santo Pueblo de Dios”, e invita a cada uno a preguntarse si no hay más racionalidad, más verdad y más sabiduría en ciertas manifestaciones de ese amor que busca consolar al Señor, que en los fríos, distantes, calculados y mínimos actos de amor de los que somos capaces aquellos que pretendemos tener una fe más reflexiva, cultivada y madura.
Igualmente, constata que hoy nos enfrentamos a un fuerte avance de la secularización que pretende un mundo libre de Dios. A ello se suma que en las sociedades se multiplican diversas formas de religiosidad sin referencia a una relación personal con un Dios de amor, que son nuevas manifestaciones de una “espiritualidad sin carne”; por eso vuelve la mirada al Corazón de Cristo e invita a renovar su devoción.
Necesitamos recuperar la imagen del corazón donde los seres concretos tienen la fuente y raíz de todas sus demás potencias, condiciones, pasiones y elecciones. El lugar donde no se puede engañar ni disimular lo que uno realmente piensa, cree y quiere; en definitiva, la propia verdad desnuda. La imagen de Cristo con su Corazón no es algo hecho en un escritorio o diseñado por un artista, es un símbolo real que representa el centro, la fuente de la que brotó la salvación para todo el género humano. Y aunque esta devoción no es obligatoria, tampoco puede decirse que este culto deba su origen a revelaciones privadas.
Para mostrarlo, el Papa nos conduce por un recorrido a las diversas expresiones de devoción al Corazón de Cristo a lo largo de la historia de la Iglesia, desde las registradas en la Sagrada Escritura hasta las de los Padres, Doctores, Pastores y Santos, deteniéndose particularmente en las de santa Margarita María Alacoque, san Claudio de la Colombiere S. J., santa Teresita del Niño Jesús y las experiencias de santa Faustina Kowalska, quien re-propone la devoción al Corazón de Cristo con un fuerte acento en la vida gloriosa del Resucitado y en la misericordia divina.
Mirando al mundo actual, observa que cuando nos asalta la tentación de navegar por la superficie de vivir corriendo sin saber finalmente para que, de convertirnos en consumistas insaciables y esclavizados por los engranajes de un mercado al cual no le interesa el sentido de nuestra existencia, estamos enfermos en el alma, y cuando nos hemos dejado atrapar por estas enfermedades tan actuales, ya ni siquiera lo sentimos. El deseo de curarnos me mueve a proponer a toda la Iglesia un nuevo desarrollo sobre el amor de Cristo representado en su Corazón Santo.
Jesús aportó la gran novedad del reconocimiento de la dignidad de toda persona y, sobre todo, de aquellas personas que eran calificadas “indignas”. Este nuevo principio de la historia humana —por el que el ser humano es más digno de respeto de amor cuando más débil, miserable y sufriente es, hasta el punto de perder la propia figura humana— ha cambiado la faz del mundo, dando lugar a instituciones que se ocupan de personas en condiciones infrahumanas. Este reto nos sigue interpelando a los cristianos.
Además del pecado personal, que consiste en el rechazo en nuestras vidas al amor de Dios, algunos pecados constituyen por su mismo objeto una agresión directa contra los prójimos y son una estructura de pecado que llega a afectar el desarrollo de los pueblos. Éstos muchas veces se insertan en una mentalidad dominante que considera normal o racional lo que no es más que egoísmo e indiferencia de una sociedad, cuyas formas de organización social, de producción y de consumo hacen más difícil la conversión de corazón que impone la obligación de reparar estas estructuras como respuesta al corazón amante de Jesucristo que nos enseña a amar; porque la reparación evangélica posee un fuerte sentido social y, para ser eficazmente reparadora, requiere que Cristo la impulse, la motive y la haga posible.
La reparación cristiana exige una mística, un alma, un sentido que le otorgue fuerza, empuje, creatividad incansable; necesita la vida, el fuego y la luz que proceden del corazón de Cristo; no se le puede entender sólo como un conjunto de obras externas que —aunque son indispensables y a veces admirables— son insuficientes. Un espíritu de reparación nos invita a esperar que toda herida puede cerrar, aunque sea profunda.
Cristo te pide que, sin descuidar la prudencia y el respeto, no tengas vergüenza de reconocer tu amistad con él, te pide que te atrevas a contar a los otros que te hace bien haberlo encontrado. Esta misión de comunicar a Cristo se vive en comunión con la propia comunidad y con la Iglesia, no como si fuera solamente algo entre él y yo.
Esta unión entre la devoción al Corazón de Jesús y el compromiso con los hermanos, atraviesa la historia de la espiritualidad cristiana; nuestro corazón unido al de Cristo es capaz de este milagro social. Esto es algo esencial para la vida cristiana en la medida que significa nuestra apertura, llena de fe y adoración, al misterio del amor divino y humano del Señor, hasta el punto de que podemos sostener una vez más que el Sagrado Corazón de Jesús es una síntesis del Evangelio.
Esperamos que este esbozo anime a la lectura completa de la Encíclica referida, en particular, para quienes trabajan en y con la Doctrina Social de la Iglesia (DSI), que —teniendo su fuente en la Caridad y el Amor de Dios— necesitan un solo Corazón y un mismo impulso para que unidos puedan transformar el mundo en que vivimos.
1. Francisco, Dilexit Nos, Libreria Editrice Vaticana, Ciudad del Vaticano 2024. ↩︎
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