OPINION Y DEBATE

Juguemos un nuevo juego

Mtra. Karen Castillo Mayagoitia*

* Teóloga, directora del Imdosoc.

Pocas veces nos acercamos para mirar, entender o analizar lo que juegan las niñas y los niños; y probablemente aún menos a jugar con ellos. 

Sabemos que existen grandes empresas que están desarrollando in-
vestigaciones en las que se ha probado que es necesario promover el juego, incluso en adultos, para favorecer el aprendizaje y el desarrollo. 

Desde nuestra percepción se puede hablar de dos formas de juegos, casi incluso distinguiéndolas como entre algo bueno y algo malo. Donde los bueno son los juegos creados por pedagogos para ayudarles a desarrollar sus habilidades cognitivas y, en el otro extremo, partiendo de nuestra visión sobre cómo los tiempos han cambiado, estarían los juegos que consideramos malos, aquellos que dependen de la tecnología (como los video juegos), pensando que lo único que han hecho es enajenarles. 

Sin embargo, el juego es una forma natural de crecer, de aprender y de conectar con el entorno. En los contextos tan diversos, en las diferentes culturas, en latitudes con realidades muy variadas, incluso ante situaciones adversas, niñas y niños crean sus propios juegos, desarrollan su creatividad, echan a volar su imaginación, dejan que aflore su deseo de divertirse; pero también imaginan otros mundos o escenarios, donde el juego les permite ser protagonistas.

Desde esta referencia al juego se propone ahora un análisis desde dos miradas que quieren ayudar a reflexionar sobre la realidad de la niñez y, a la vez, invitar a dejarse tocar por ella para revisar nuestra experiencia de Dios. 

Toca, juega y denuncia

En el proceso de promover el juego como forma de aprendizaje se invita a que niñas y niños descubran la realidad a través los sentidos. Pero ¿es posible la denuncia social a través del juego? ¿Se puede pensar que en los juegos que niñas y niños crean en la calle, en un campo de refugiados, en un albergue o en prisión, hay una voz sobre la injusticia que viven?

La sensibilidad que se tenga para ver qué juegan, qué expresan, qué rol toman, qué desean, qué imaginan, permitirá entender que el juego es también un lenguaje, que expresa vivencias, carencias, necesidades, búsquedas y luchas. 

Para ello, el trabajo de Francis Alÿs, Juegos de niñxs,1 es fenomenal. A través de la mirada de este artista belga es posible adentrarse en el juego de niñas y niños en situaciones de violencia, de exclusión, de guerra, de pobreza, de vulneración, donde la característica sin duda es la diversión; pero donde también muchas veces en esa forma de divertirse hay una expresión que debe llamarnos la atención sobre lo que viven las infancias. El juego permite interiorizar, hace posible el encuentro con otros y otras, nace de descubrir que lo más sencillo sirve para jugar, expresa que realidades de dolor se pueden sobreponer gracias al juego. 

Ante situaciones adversas, el juego saca sonrisas, genera emoción, mueve el cuerpo y pone reglas que ayudan a jugar y a relacionarse. “En Juegos de niñxs hay una actitud parecida al silencio. Escuchar, hacerse a un lado para dar espacio a la contemplación, a la mirada poética. Ir hacia lo fundamental: traer de vuelta la humanidad al mundo, y guardar silencio porque no hay nada más que decir”.2

Con la expresión “es cosa de niños” se suele expresar que algo es simple, que no tiene importancia o no es profundo. Sin embargo, al descubrir que algunos de los juegos que juegan niñas y niños en México bajo entornos violentos incluyen tomar el rol de sicario o ladrón, debe cuestionarnos si es cosa de niños. No se le puede restar importancia a los juegos, por el contrario, debemos acercarnos y tratar de entender qué están viviendo nuestras infancias, qué expresan y porqué hay ciertos elementos como parte de su juego. El papel de los adultos como observadores es fundamental.

No importa si una actividad de juego se acerca más al juego libre o a juegos con un objetivo de aprendizaje en particular, un requisito indispensable es que los niños experimenten agencia y sean apoyados más que dirigidos. Esto implica ver a los niños como seres capaces, y proveerles de oportunidades de ejercer sus pensamientos y acciones en un contexto social en el que todos tienen los mismos derechos.3

Por ello, la invitación desde los juegos de niñas y niños en situaciones de vulnerabilidad es a mirar, a callar, a adentrarnos en su realidad, a descubrir sus necesidades, a comprender sus realidades; pero, sobre todo, a comprometernos con sus derechos, a responsabilizarnos comunitariamente y a saber que el cuidado y protección de la niñez nos pertenece a todas y todos. Hay que confirmar que el juego es una forma de aprender, pero que antes es imprescindible definir qué deseamos que aprendan.

El juego nos hará libres

Adentrarnos al mundo de la niñez ha abierto un mar de posibilidades para aprender, para interiorizar, para encontrarnos con nuestra historia, pero también para cuestionarnos, encontrar respuestas y generar propuestas. En este abanico, la niñez ha abierto también un campo fascinante en la teología. La experiencia de Dios que tienen las niñas y los niños es un área que nos permite descubrir lo sencillo para encontrarnos con el Dios de los pequeños. 

Aprender del sentido de los juegos para las niñas y los niños es una oportunidad de vivir más libres, donde ganar no es tener un premio, sino saber que se puede hacer bien e incluso reconocer que pudo haber circunstancias externas que nos llevaron a la victoria; y donde perder no es sino la ocasión de volver a jugar para intentar ganar, tomando en cuenta lo aprendido. Que ganar en el juego no implica ser superior o hacerlo a costa del otro perjudicándolo, sino que es motivo de alegría y oportunidad de entender cómo se logró para compartirlo incluso con el “oponente” y que también pueda salir triunfante. Es una oportunidad de poner metas que posibiliten más de un ganador: igual que en los juegos de equipo, ganar es reconocer la importancia del trabajo colaborativo. 

En sus juegos, los niños construyen sus propias reglas y generalmente se descubrirá que la principal es divertirse, estar juntas y juntos. Son una forma de ayudar a definir cómo jugar, interactuar y llegar a un objetivo. 

En el juego las reglas no son límites sino un modo de favorecer la relación, cuyo dinamismo permite ir siempre más allá. Así es posible identificarnos con un Dios que es bueno, con la posibilidad de ajustar las reglas en un juego o de vivir un mundo mágico, como la posibilidad de que nadie quede fuera.

Ganar es motivo de celebración; se celebra haber logrado el objetivo, pero se está dispuesto a volver a jugar, saber que a veces se gana y a veces no, pero que siempre se aprende, se divierte y se convive, que por ello el fin del juego no es ganar, sino vivir el juego mismo como un espacio de encuentro, compartir, creatividad, disfrutar e incluso de conocer la vida.

Pensar que podemos aprender de la niñez, en su día a día, en sus juegos, en su forma de conocer, descubrir el mundo y ser parte de él, representa claves importantes para vivir nuestra experiencia de Dios. Puede sonar un poco extraño, o nuevamente creer que son cosas de niños, pero, encontrarnos con Dios desde ahí, no es algo simple, pero sí algo sencillo, se trata de algo que nace de descubrirnos desde nuestra esencia, quiénes somos, nuestro sentir y vivir cotidiano.

Por ello algunas características del juego en la niñez pueden abrirnos a un encuentro con el Dios de la vida. Ese Dios que, al hacerse niño, nos invita a descubrirle en lo sencillo, en lo cotidiano, a relacionarnos con él desde nuestros procesos de aprendizaje, de descubrimiento, de conocimiento, sabiendo que somos frágiles y a la vez en un proceso continuo de desarrollo. Es dejar a un lado nuestro adultocentrismo para mirarnos y mirarle desde un corazón de niño. 

Los juegos, como la oración, son un lenguaje universal: conllevan rituales, representan una forma de alegrarse y celebrar la vida, pero también una forma de sobreponerse ante la adversidad. Se pueden jugar de forma individual, pero siempre son más divertidos e implican mayor reto cuando se hacen en grupo.

Cuauhtémoc Medina los describe como alegorías de conceptos sociales complejos; preservar y conmemorar la resistencia de la vida en los centros urbanos amenazadas por las fuerzas homogeneizadoras de la supuesta racionalización del mundo; microsociedad; lenguaje simbólico primario de la humanidad. Por ello: dejen que los niños nos enseñen a jugar, porque quienes aprenden de sus juegos, construyen la justicia social.

Referencias

Exposición de Francis Alÿs, Juegos de niñxs, 1999-2022. Disponible en: https://muac.unam.mx/exposicion/francis-alys

Fundación Lego, en: https://colectivoprimerainfancia.org/wp-content/uploads/2018/12/LEGO_LTP_Espan%C3%9Eol_V2-web.pdf pg. 11

Kuri Haddad, Viviana, Directora y curadora en jefe del Museo de Arte de Zapopan.

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