OPINION Y DEBATE

Niñez y lectura de la Biblia

Rev. Dan González-Ortega*

* Clérigo de la Iglesia Evangélica Luterana de Estados Unidos (ELCA) y de la Iglesia Presbiteriana de Estados Unidos (PCUSA). Director del Departamento de Justicia y Comunión de la Alianza de Iglesias Presbiterianas y Reformadas de América Latina (AIPRAL) y Secretario Ejecutivo de la Comunidad de Educación Teológica Ecuménica de América Latina y el Caribe (CETELA). Doctor en Filosofía por el Seminario Mayor Conciliar de Colombia. Doctor en Filosofía por The Logos Christian University en Florida, Estados Unidos.

Hablar de niñez en perspectiva bíblica puede resultar un tanto anacrónico, tal vez resulte un poco más pertinente reflexionar sobre la Biblia en perspectiva de niñez.

Lo que en el siglo veintiuno se entiende por infancia no es exactamente lo mismo que pueden suponer los escritos del Antiguo y el Nuevo Testamento de las Sagradas Escrituras. La versión para la niñez de la Convención sobre los Derechos del Niño dice lisa y llanamente: “Se considera niño a toda persona menor de 18 años”. 

Ahora bien, si se atiende a los distintos contextos de las culturas que dieron origen a la Biblia, se puede llegar al consenso de que la niñez era comprendida como el lapso de vida de una persona entre su nacimiento y la edad adulta (aproximadamente a los doce años).

En la cultura bíblica más antigua, el nacimiento de un niño o niña era considerado una bendición de Dios para la familia, incluso era una cuestión de honor y de certeza para la seguridad familiar. El Salmo 127, 3-5 lo expresa así: 

Los hijos son un regalo del Señor, el fruto del vientre es una recompensa; como flechas en la mano de un guerrero son los hijos de la juventud. ¡Feliz el hombre que llena con ellos su aljaba! No será humillado al discutir con sus enemigos en la puerta de la ciudad.

Muchos de los recursos para el sostenimiento de un hogar eran respaldados a través de la procreación de hijos e hijas dentro de una casa paterna (familia): “sus hijos serán como plantas de oliva alrededor de su mesa” (Salmo 128, 3).

En ese contexto bíblico, un niño o niña se consideraba potencialmente una persona adulta ya que, eventualmente, debía crecer y hacerse cargo de las responsabilidades de la casa y del honor de la familia. Por esa razón, durante la niñez se educaba a hombres y mujeres en los rudimentos de la cultura, los roles de género, las expectativas de su lugar dentro de la sociedad, así como en los principios de fe que eran el vértice de su religión: “Instruye al niño en el camino que debe caminar, e incluso cuando envejezca,
no se desviará de él” (Proverbios 22, 6).

La instrucción de fe más importante que una persona debía aprender de la Torá (ley de Moisés en la Biblia hebrea) era aquella de perpetuar la sana doctrina de la creencia en el Dios único de Israel: 

Escucha, Israel: “el Señor, nuestro Dios, es el único Señor”. Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con todas tus fuerzas.  Graba en tu corazón estas palabras que yo te dicto hoy. Incúlcalas a tus hijos, y háblales de ellas cuando estés en tu casa y cuando vayas de viaje, al acostarte y al levantarte (Deuteronomio 6, 4-7).

La instrucción de un niño o niña en el pueblo de la Biblia era un asunto muy serio, al igual que el aprendizaje de los deberes propios del hogar. Si una familia era campesina, los niños debían aprender bien lo requerido en el campo agrícola. Si el padre de la casa era artesano o profesional de algún oficio, entonces los hijos varones debían aprender la tarea con diligencia. Las niñas de igual manera debían aprender a realizar y dirigir las tareas del ámbito doméstico. Una de esas tareas y, quizá de las más importantes, era enseñar a niños y niñas la fe de Israel. Cada infante aprendía de las madres sus primeras oraciones. Por ejemplo, aquella que todo niño judío debía rezar antes de dormir y que, al parecer, Jesús memorizó bien y recordó en el momento cumbre de su vida: 

En ti, oh, Señor, me cobijo, ¡no sea yo confundido jamás! ¡Líbrame en tu justicia, inclina a mí tu oído, líbrame pronto! Sé tú mi roca fuerte y fortaleza para salvarme. Porque tú eres mi roca y mi castillo; por tu nombre me guiarás y me encaminarás. Sácame de la red que han escondido para mí, pues tú eres mi refugio. En tus manos encomiendo mi espíritu (Salmo 31, 2-5a).

Por otro lado, el proceso de enseñanza-aprendizaje en el pueblo de la Biblia incluía métodos que hoy pueden ser considerados poco adecuados e incluso violentos: “Abre tu corazón a la instrucción y tus oídos a las palabras de la ciencia. No mezquines la corrección a un niño: si lo golpeas con la vara, no morirá. Tú lo golpearás con la vara, y librarás su vida del Abismo” (Proverbios 23, 12-14). 

En este sentido, ha habido otras muchas culturas que consideraban estos métodos como algo negativo. Por ejemplo, Florencia López Boo en su videoclip sobre La niñez a través de la historia,señala que en el antiguo territorio chileno “los mapuches pensaban que los niños no debían ser castigados, pues castigarlos debilitaría su fuerza”. Autores como Pablo Rodríguez Jiménez, María Emma Manarelli y otros, señalan en el libro Los hijos del sol: un acercamiento a la infancia en la América Prehispánica que las culturas precolombinas tenían una alta estimación de los niños y las niñas. Señalan que en muchos pueblos originarios a los niños y niñas se les denominaban “piedras preciosas”, lo que da testimonio de la mayúscula estimación que poseían de este sector poblacional. La presencia de una adecuada instrucción para multiplicar el esquema cultural y la estructura social indígena se cimentaba en pedagogías que reverenciaban de manera significativa a los niños y niñas.

En días del Nuevo Testamento, ya en el contexto de Jesús, el respeto y valoración de la infancia había caído en un desgaste por demás significativo. Los textos de los evangelios hablan de ello en narraciones donde es claro que la niñez no es muy importante para el grueso de la sociedad. En los relatos donde Jesús da de comer a multitudes, una frase se repite sistemáticamente: “sin contar mujeres y niños” (Mateo 14, 21), lo cual hace evidente que ni las mujeres ni los niños (o sea que tampoco las niñas) se consideran personas dignas de ser contadas.

Ahí es donde Jesús de Nazaret resulta totalmente contracultural. Este maestro de Galilea se hace acompañar de sectores de la población que habían sido tradicionalmente postergados: personas enfermas, recaudadores de impuestos, prostitutas, personas migrantes, mujeres y, sobre todo, niñas y niños: 

Le trajeron entonces a unos niños para que les impusiera las manos y orara sobre ellos. Los discípulos los reprendieron, pero Jesús les dijo: “Dejen a los niños, y no les impidan que vengan a mí, porque el Reino de los Cielos pertenece a los que son como ellos”. Y después de haberles impuesto las manos, se fue de allí (Mateo 19, 13-15).

Parece mucho más adecuado rescatar esa instrucción de Jesús de acoger el Reino de Dios como lo hace cualquier niño o niña, asimismo la lectura de la Biblia. Como ya se ha visto, la Escritura Sagrada puede decir poco y nada de la niñez, por el contrario, lecturas de la Biblia desde el horizonte infantil son posibles, viables y muy necesarias.

Hay un sinfín de relatos escriturísticos que se pueden leer planteando preguntas desde la reivindicación de la infancia. Así, no se puede pasar desapercibida la fuerza del relato evangélico del nacimiento de Jesús que, siendo un indefenso bebé, logra trastocar la casa imperial herodiana. Resulta apremiante mirar con ojos de sorpresa a aquella familia que con un recién nacido busca asilarse en Egip-
to por causa del niño. Hay que observar la interacción de Jesús con sus semejantes, en donde los relatos de los evangelios nos describen historias que valen más la pena leerse con mirada de niñez.

¿Cómo no admirar la sencillez de Zaqueo (Lucas 19), un cobrador de impuestos que es bajito de estatura (como niño) y rápidamente trepa un árbol para poder mirar a Jesús? Eso es una actitud desenfadada que estaría muy cerca del corazón de cualquier infante. O, ¿cómo no enternecerse cuando uno de los discípulos de Jesús se recuesta en su pecho? Actitud que tal vez sólo puede tener un niño. Recibir aquella pregunta incómoda, pero ingenua, que sólo un pequeño puede hacer: “¿Quién es el que te va a traicionar?” (Juan 13, 22-26).

En síntesis, tal vez sea obsoleto seguir buscando en la Biblia “recetas” para cada tema que sale al frente, por ejemplo: ¿qué dice la Biblia sobre los niños y las niñas? 

Tal vez resulte mucho más revelador y desafiante preguntar: ¿Qué dicen los niños y las niñas sobre cada relato bíblico? ¿Cómo están leyendo? ¿Cómo se puede recuperar la capacidad infantil de asombro cada vez que nos acercamos a la Biblia y nos colocamos los lentes de esa infancia que tal vez hemos perdido?

A fin de cuentas, según Jesús de Nazaret, deberíamos ser como los niños y las niñas para entrar en su Reino… ¿No?

Referencias:

Florencia Lopez Boo, Cuando los miniadultos se convirtieron en niños. Disponible en: https://blogs.iadb.org/desarrollo-infantil/es/historia-de-la-infancia/

La Convención sobre los Derechos del Niño, Asamblea General de las Naciones Unidas, resolución 44/25 del 20 de noviembre de 1989. Disponible en: https://portales.segob.gob.mx/work/models/PoliticaMigratoria/CEM/UPM/MJ/II_20.pdf

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