OPINION Y DEBATE

Claves antropológicas de la economía


Dr. Gerardo Gordillo Zamora, M. Sp. S. *


* Doctor en Economía Social y Gestión avanzada de Organizaciones. Es Misionero del Espíritu Santo; ha trabajado en diversos procesos de Economía Social y Derechos Humanos; actualmente, es consejero general y ecónomo de su congregación.

La Economía como ciencia

Cuando escuchamos el término Economía, tendemos a imaginar tablas, gráficas, ecuaciones, fórmulas que nos hablan de dinero, crecimiento económico (PIB), contabilidad, créditos, deudas, inversiones, etcétera. En otras palabras, pareciera que la Economía es una ciencia que únicamente trata de matemáticas y de lenguajes muy sofisticados sólo comprensibles para los especialistas.

Lo anterior tiene una razón de ser. Si retrocedemos en la historia del pensamiento occidental, la Economía era una disciplina que formaba parte de la Filosofía; incluso, se le llamaba Economía Política, pues se daba por supuesto que la Economía la hacían las personas y, por tanto, la ética entraba en juego. Pero en el contexto de la filosofía positivista de los siglos XVIII y XIX, en el que a un saber sólo se le respetaba si era científico —es decir, si asumía el método de las ciencias exactas: fenómenos universales (que suceden de la misma manera siempre y en todo lugar) y mesurables (que se pueden medir, pesar y contar)—, la Economía se matematizó. Para ello, tuvo que hacer universales y medibles sus dos componentes elementales: el agente económico (la persona) y los intercambios económicos (el mercado). El primero, bajo el supuesto de que la persona se mueve, siempre y en todo lugar, por el egoísmo, la competencia, el afán de lucro y la acumulación; el segundo, bajo la lógica de que siempre y en todo lugar, los intercambios económicos son el flujo de una mercancía a un precio monetario determinado bajo la ley de la oferta y la demanda.

Los tres fundamentos de las teorías económicas

Generalmente, las teorías económicas nos proponen fórmulas, definiciones y técnicas para saber el qué y el cómo hacer economía; pero esto es sólo la punta de un iceberg, por lo que debemos preguntarnos: ¿qué hay debajo de cualquier pensamiento económico? ¿por qué hacemos las cosas así?

Debajo del iceberg nos encontramos tres elementos en los que se funda cualquier teoría económica:

1. Una concepción del ser humano.
2. Una visión sobre los intercambios de bienes y servicios; es decir, sobre el mercado.
3. Una postura en torno a la relación entre necesidades y recursos.

Ahora, reflexionemos sobre cuales son estos fundamentos para la Economía como ciencia o economía convencional y para las Economías del Buen Vivir.

Los tres fundamentos en la Economía como ciencia o economía convencional

En la ciencia económica o economía convencional estos fundamentos se traducen en que la Personahomo economicus— siempre actúa desde el egoísmo, la competencia, el afán de lucro y la acumulación; y en que existe un solo tipo de Mercado donde se realizan los intercambios de bienes y servicios, el cuál funciona en automático y responde a la ley de la oferta-demanda, en donde lo intercambiado es una mercancía y en el que todo se compra. Por otro lado, la economía se rige bajo el Paradigma de la escasez, ya que los recursos escasos y necesidades ilimitadas, devienen en mayor ganancia económica.

Fundamentar el quehacer económico en el egoísmo, la competencia, el afán de lucro y la acumulación ha traído varios resultados. Lo primero es el éxito de este sistema económico, que podemos palpar en la gran multiplicación y generación de riqueza monetaria; en este sentido, la economía global se ha más que duplicado en los últimos 30 años.

Pero, por otro lado, dicho éxito se ha dado a costa de, al menos, tres graves consecuencias o externalidades:

a) El sistemático crecimiento de la desigualdad y la pobreza. El 1% más rico de la población posee más del doble de riqueza que 6 900 millones de personas. Además, según las estimaciones más
recientes del Banco Mundial (bm), “prácticamente la mitad de la población mundial vive con menos de 5.50 dólares al día”. Dicha desigualdad ha ido creciendo aceleradamente cada año. La exagerada acumulación de unos cuantos genera mucha pobreza en la mayoría de las personas.

b) Cultura del egoísmo y del consumismo. Al fomentarse ciertos valores, nos volvemos más egoístas, nos aislamos, nos hacemos parte de la cultura del “úsese y tírese”, desbaratando el tejido de las relaciones sociales (familiares, comunitarias, municipales, etcétera).

c) Devastación del medio ambiente. Con el afán de producir más se perdió de vista el equilibro entre los seres humanos y su entorno, se explota sin medida los recursos naturales y contamina el medio ambiente, poniendo en peligro nuestra sobrevivencia como especie.

Por eso, el papa Francisco —a lo largo de sus discursos y encíclicas sociales— ha señalado enfáticamente: “No” a una economía de la exclusión y la desigualdad, esta economía mata. “No”a una economía que ha hecho del dinero un ídolo frente al cual hay que sacrificarlo todo. “No” a un dinero que gobierna en lugar de servir, que ha pasado de ser un medio para convertirse en el fin. “No” a una economía que convierte el trabajo en mercancía y desecha a los seres humanos, en la que no hay sitio para los ancianos y los jóvenes. “No” a una economía que degrada, progresiva, sistemática y violentamente a la naturaleza.

Los tres fundamentos en las Economías
para el Buen vivir

Ante tal situación, en muchos lugares del mundo se ha venido reflexionando y poniendo en práctica diversas maneras de hacer economía, no basada en el egoísmo, la competencia y la codicia; sino en valores que son los que en otras áreas de nuestra vida nos permiten vivir bien con nosotros mismos y con los demás, estos son: solidaridad, empatía, colaboración, ayuda mutua, unidad, confianza, servicio, fraternidad y respeto; la transparencia, la honestidad, la igualdad y la diversidad; también la participación, la responsabilidad, el compromiso, la coherencia, la justicia y el amor.

Partiendo de lo dicho por Jesús: “Un árbol bueno no puede dar frutos malos, y un árbol malo no puede producir frutos buenos” (Mt 7, 18), creemos que una economía basada en valores destructivos no puede tener resultados positivos, así como una economía basada en valores constructivos sí los puede tener.

Por eso, estas propuestas económicas a las que llamaremos “Economías para el Buen vivir”, en primer lugar, recuperan el sentido original de la palabra “economía”, que en su raíz griega significa: la “administración del hogar”.

En un hogar se administran muchas cosas, tales como la comida, servicios, tiempo, ocio, salud, saberes, seguridad, comunicación, tradiciones, educación, vestido, capacidades, trabajo, recursos naturales, herramientas, etcétera, y, entre estas cosas, el dinero.

Por tanto, la economía tiene un objetivo o fin: administrar lo que tenemos para satisfacer nuestras necesidades, y así cuidar y reproducir la vida en todas sus expresiones.

En segundo lugar, desde esta visión más amplia del quehacer económico, las Economías para el Buen vivir se basan en tres fundamentos completamente diferentes a los de la ciencia económica o economía convencional, que son:

1. La Persona como un ser complejo e integral, con potencial de orientar sus acciones para el cuidado de la vida propia y de los demás, desde la solidaridad y la cooperación.

2. Los intercambios de bienes y servicios que se dan en variados Mercados determinados, pues son una construcción social con distintas formas de resolver necesidades.

3. El Paradigma de la abundancia como la mejor manera de entablar la relación entre necesidades y recursos, pues las necesidades en la vida de una persona no son ilimitadas, sino contextualizadas; y la escasez de los recursos en muchos de los casos no es absoluta, pues contamos con abundantes alternativas de capacidades y tecnología para resolver las necesidades.

Diferencia entre fines y medios

Con todo lo anterior, podemos afirmar que una gran diferencia entre la economía convencional y las Economías para el Buen Vivir radica en qué son los fines y los medios en cada una de ellas.

Parece que a la economía convencional se le han cruzado los cables, pues confunde los fines con los medios: ha cambiado el amor a las personas y la utilización del dinero, por el amor al dinero y la utilización de las personas. En esta economía se pone en primer lugar al capital (dinero) y en segundo a las personas, que deberían de ser el fin.

En las Economías del Buen Vivir se pretende poner las cosas nuevamente en su lugar, para que en el quehacer económico el amor a las personas, su cuidado y la satisfacción de necesidades sea el fin; y el dinero, junto con otros recursos materiales, sean el medio para logran el fin. Así, la persona está al centro y satisfacer sus necesidades es el objetivo o fin primordial del quehacer económico, pero al mismo tiempo, la persona, a través de su trabajo, es el principal medio para obtener el fin. Por tanto, la persona es fin y medio, pues son las personas las que hacen cotidianamente la economía.

Como hemos visto, la manera de entender a la persona y el lugar que ocupa en las diferentes teorías económicas marca profundamente sus prioridades, criterios, procedimientos, decisiones y resultados. Nosotros, desde el Pensamiento Social Cristiano —en el que la Dignidad de la Persona Humana basada en el hecho de que somos hijos de Dios, creados a su Imagen y Semejanza, y, por tanto, somos co-creadores—, creemos que las Economías del Buen Vivir están dando cauce a una cosmovisión del ser humano y a unas prácticas económicas acordes con la Revelación cristiana, y tenemos que poner todo nuestro esfuerzo en construir —desde ellas— ambientes sociales favorables para el cuidado de la vida de todos los seres humanos y de nuestro entorno; pues como dice el papa Francisco: “El conjunto de los seres del universo estamos unidos por lazos invisibles y conformamos una especie de familia universal, una sublime comunión que nos mueve a un respeto sagrado, cariñoso y humilde” (el subrayado es nuestro) (LS 89).

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