Dios ha sido el primer solidario con el dolor humano de los pobres
Lucio Jeovany Pineda Villagrán *
* Seminarista de la Diócesis de Cuernavaca y alumno del Imdosoc.

“El vino de sus venas nos provoca.
El pan que ellos no tienen nos convoca
a ser contigo el pan de cada día”.
Pedro Casaldáliga
Desde las Sagradas Escrituras
Toda la solidaridad de Dios, el Padre, se resume al enviar a su Hijo para la salvación de los hombres; por eso, la Carta a los Gálatas dice que la venida de Cristo sucedió llegada “la plenitud de los tiempos”. Definitivamente, este hecho ha sido la mayor prueba de que Dios se interesa por los que sufren en el mundo. Ya lo anticipaba, por boca del profeta Isaías, desde el Antiguo Testamento cuando decía respecto a Sion: “¿puede una madre olvidarse del hijo de sus entrañas? Pues, aunque ella lo hiciera, yo no me olvidaré de ti”. Y, en seguida: “en las palmas de mis manos te llevo grabada”. Así, pues, “todo el mundo sabrá que yo, Yahvé, soy el que te salva y el que te rescata”. Su palabra es una promesa que no termina en la esterilidad, sino que es efectiva al ver el sufrimiento de los hombres. De modo que la conclusión del maestro Alejandro Palacios es contundente: “negar la Encarnación es negar la presencia de Dios en el dolor humano de los hombres”.
Entonces, Dios no es indiferente ante el padecimiento injusto de las mujeres y los hombres de todos los tiempos. Sus sentimientos son reales como lo fueron al ver la opresión de su pueblo en Egipto; sus palabras tuvieron sentido y lo siguen teniendo a la luz del misterio de la Encarnación: “he oído sus gritos de angustia a causa de la crueldad de sus capataces. Estoy al tanto de sus sufrimientos. Por eso he descendido para rescatarlos del poder de los egipcios, sacarlos de Egipto y llevarlos a una tierra fértil y espaciosa”.
El clamor, producto de las injusticias humanas, despierta la preocupación de aquel que lo ha creado todo con amor. Pero en la Encarnación, Dios va más allá: no realiza esta acción kenótica con amor, sino que es el mismo Amor el que se ha encarnado. Se hace hombre, como el resto de la humanidad, y padece los riesgos de un hombre cualquiera; lo cual implicaba ver en cada uno de los hombres el padecimiento que incluso el Hijo de Dios sufrió.
Pasando por los Padres de la Iglesia
De esta forma, en sus predicaciones, los Padres de la Iglesia reclamaban —dentro de la dimensión social de la fe— las implicaciones de que el verbo se haya encarnado; así lo reflejaba san Ignacio de Antioquía en la Carta a los esmirniotas:
notad cómo todas esas heterodoxias relativas a la venida de la gracia de Jesucristo hasta nosotros son contrarias al sentir del mismo Dios: no se preocupan de la caridad, ni de la viuda ni del huérfano, ni del atribulado, ni de si uno está encadenado o libre, hambriento o sediento.
Por esta razón, si el mismo Dios ha sido solidario con el sufrimiento de los hombres, el resto de los hombres tiene que serlo con sus semejantes. Ya que algunos se jactaban de conducirse doctrinalmente de manera correcta, pero se olvidaban de aquellos con los que el mismo Señor se identificó, de acuerdo con Mateo veinticinco.
San Gregorio de Nisa, en su Homilía sobre el amor a los pobres, es tajante al respecto:
¿Para qué te sirve ayunar y no alimentar de carne tu cuerpo, si con tu maldad das buenas dentelladas a tu hermano? Y ¿qué ganas ante Dios de no comer de lo tuyo, si le arrebatas injustamente lo suyo al pobre? Los cristianos han de tener la sensatez como guía, y el alma ha de huir de todo el daño que le pueda hacer la maldad.
Por su parte, el Pastor de Hermas recomienda: “el día de ayuno tomaréis sólo pan y agua. Calcularéis, por la diferencia con el alimento que tomáis otros días, la cantidad de dinero que hayáis ahorrado, y la daréis a la viuda, al huérfano y a los pobres”.Y san Basilio, resaltando el abuso de algunos frente a la necesidad de muchos y acentuando la oportunidad para hacer lo correcto con lo que se tiene, en su Homilía sobre la parábola del rico insensato, dice:
¿acaso es Dios injusto por el hecho de que los medios de vida estén repartidos desigualmente? ¿Por el hecho de que tú seas rico y el otro pobre? ¿No será más bien para que tú seas coronado por saber dar y el otro por saber ser paciente? Pues entonces, ¿cómo es posible que tú creas no cometer agravio contra nadie, cuando lo encierras todo en los fondos insaciables de tu avaricia, y defraudas a tantos y tantos?
Efectivamente, para algunos Padres de la Iglesia el ayuno tiene un carácter de solidaridad con los que no tienen para comer. Así, se entiende que para la Iglesia de los primeros siglos había una estrecha relación entre ayunar y ayudar. Por ello, el maestro Palacios sostiene que “más que una práctica penitencial, el ayuno, era una virtud social o solidaridad”con aquellos que padecían hambre al mismo tiempo que eran oprimidos.
De manera que una de las prácticas que financiaban el alimento y ayuda a los pobres (aparte de los legados y herencias) era el ayuno de los cristianos. Actualmente esta práctica ha llegado a nosotros con un carácter penitencial o meritorio, pero en su nacimiento era sobre todo una práctica “solidaria”. “La Iglesia ayuda a los pobres con todo aquello de que se han privado los cristianos en sus días de ayuno”, insiste Palacios. De ahí que el ayuno no se practicaba sólo en la cuaresma, sino que siempre podía ayunarse, pues eso significaba compartir con los pobres aquello de lo que cada uno se privaba. Por eso san Ambrosio, en una Homilía sobre la Cuaresma, dice: “lo que le quitáis al cuerpo ayunando, debéis darlo a los pobres y no quedároslo vosotros”.Y san León Magno, en sus Sermones sobre el ayuno, menciona: “el ayuno sin limosna no es purificación del alma, sino mera aflicción del cuerpo. Y más tiene que ver con la avaricia que con la abstinencia cristiana si, al privarse de alimento, se abstiene uno también de dar en obras de caridad”.

Sin olvidar el Acontecimiento Guadalupano
Sin embargo, es importante señalar que Dios no sólo ha sido cercano a los pobres como lo muestra el sufrimiento del Pueblo de Israel —narrado en el Antiguo Testamento— o en el testimonio de los Padres de la Iglesia —que motivaban a los primeros cristianos a ser solidarios como Dios lo había sido según el Evangelio.
Dios sigue presente en la historia de la humanidad de modos especiales, resaltando su especial predilección por los sencillos, por los pobres de este mundo. Prueba de ello es el Acontecimiento Guadalupano en tierras mexicanas. A través de la maternidad de María de Guadalupe, Dios impide que su pueblo se sienta huérfano. “¿No estoy yo aquí?, que soy tu madre”, le dice la “mujer del cielo” a Juan Diego. Lo hace sentir acompañado, se solidariza con el sufrimiento que padece.
Así lo manifiesta el relato de las apariciones de la Virgen de Guadalupe, conocido como NicanMopohua, mediante expresiones literarias de la cultura náhuatl: María de Guadalupe es “Madre de El Dios de gran verdad, de Aquel por quien vivimos, de El Creador de personas, de El Dueño de lo que está cerca y junto, del Señor del Cielo y de la Tierra”. Ella es la madre de aquel que “derriba a los poderosos de sus tronos y exalta a los humildes, a los hambrientos los colma de bienes y a los ricos los despide vacíos”, según el Evangelio de san Lucas. Por ello, la cultura guadalupana tiene grandes resonancias en los pueblos, especialmente, en los más pobres. María de Guadalupe manifiesta la especial predilección de Dios por los más necesitados, su sola apariencia manifiesta solidaridad con los pobres: su tez morena se adorna con figuras prehispánicas, le habla a Juan Diego en su propia lengua y le promete escuchar a los que sufren.
Por esto y más, el Acontecimiento Guadalupano es una prueba fehaciente de que Dios sigue siendo solidario con los pueblos, sobre todo, con aquellos que padecen el sufrimiento. María de Guadalupe ha logrado unir a pueblos y comunidades “bajo su regazo”. Y, sin haberlo previsto, funda la identidad nacional de hombres y mujeres de un país que siguen buscando caminar como hijas e hijos de una sola patria, de una sola madre, de nuestra Madrecita de Guadalupe. Sin olvidar que ella es la madre de los pequeños, de los sencillos, que con ellos se solidariza. Por ello, el maestro Tomás Gutiérrez es preciso al decir que “la cultura guadalupana es una expresión nítida de la ‘opción preferencial por los pobres’; puesto que María de Guadalupe se dirige a Juan Diego en su propio idioma, lo escucha en su espacio y se solidariza con él”.

Hasta llegar a la Iglesia de los pobres
En efecto, muy cerca de nuestra época —e, incluso, hoy— hubo mujeres y hombres que supieron interpretar signos como el anterior a la luz de la Revelación. Su evocación es descriptiva respecto de lo que ha sido, pero también es un deseo profundo de su expansión, que nace de la unión de corazones solidarios con los que más sufren:
la Iglesia de los pobres.
Es necesario seguir siendo solidarios con aquellas personas cuyo rostro es el de la pobreza dada la marginalidad en que se les ha tenido. Es urgente atender esos rostros, que no son sólo eso; sino personas concretas que casi siempre forman parte de determinadas comunidades: indígenas, mujeres, ancianos, migrantes, disidentes sexuales, y otras más. Sus causas han de ser las causas de todos para manifestar en ellas la solidaridad, la cual comienza por la cercanía de Dios. Él no se aleja ante el dolor, tampoco es indiferente; sino que, de diversas maneras, se acerca para solidarizarse. Ojalá que la Iglesia católica, poco a poco, sea la “lglesia pobre y para los pobres”, que es el sueño del papa Francisco, expresado en su primera rueda de prensa como Obispo de Roma.
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