UN SIGNO ENTRE SIGNOS

Buen Vivir, una forma de ser-estar en la vida cotidiana

Mtra. Tania Ávila Meneses *

* Eje de Pueblos Indígenas y Núcleo de Mujeres de la repam y de la Comisión de Ecología Integral de la clar.



Varios pueblos indígenas comparten la mística del Buen Vivir, la cual hunde sus raíces en mitos comunitarios que narran la interdependencia de todos los seres que somos parte de la creación, del planeta que habitamos; que al mismo tiempo abre sus alas inspirando el cuidado de las relaciones con uno mismo, con la comunidad, con la Divinidad y con la naturaleza. Nos convoca a habitar plenamente el presente, con memoria del pasado, y a aprender del futuro, cuidando cada relación en este tejido llamado vida. Entonces el Buen Vivir es un modo de ser-estar en el cosmos, en la casa común.

Este ser-estar no es un hecho acabado, aún no está siendo plenamente; más bien, es una serie de actitudes que buscan hacerse cotidianas para ir construyendo una ecosociedad justa. Donde cada ser tenga su espacio en la comunidad, donde las relaciones de poder sean simétricas y estén al cuidado del conjunto del sistema vital, de modo que todos tengan agua limpia, alimentos frescos, libertad para trabajar y crear, con una mística de alegría expresada en la fiesta, el silencio, la comida y el encuentro.

Retomo dos frases —una en quechua y otra en aymara— que han dado lugar a lo traducido en español como “Buen Vivir”, que afirman lo expuesto anteriormente y permiten ahondar en esta reflexión. En el caso de los pueblos aymaras —en los andes— la expresión es Suma qamaña, suma expresa equilibrio, relación, plenitud, no sólo significa bueno o buen; por su parte, qamaña significa vida. Entre los pueblos quechuas de los valles y la Amazonia, la expresión es Sumaj kawsay, sumaj expresa atención profunda, armonía, no sólo significa bien; mientras que kawsay significa vida (como en aymara), pero con un ligero matiz de movimiento continuo. Ahora, quiero añadir otra expresión menos conocida, pero frecuente en el lenguaje cotidiano en los valles: Misk’y kawsay, misk’y expresa aquello que logra un sabor agradable, relación cercana, presencia amable integral, que intensifica la sensación de bienestar.  

Conocer los significados de estas palabras desde su uso en los territorios, permite mostrar que el “buen vivir” responde a un modo integral de percibir la vida, en el que todo está interconectado y la interdependencia es una clave de relación simétrica. Ésta es una invitación a ampliar la mirada y a no que darnos sólo con la traducción de los términos como “bueno” o “buen”; pues se corre el riesgo de que sea interpretada como un juicio de valor que cataloga a un modo de vida como bueno, en contraposición a otro que es malo. Una posición reduccionista que refleja una mirada dicotómica de la realidad y que da lugar a juzgar a unos seres como buenos y a otros como malos. 

Sumemos, pues, a este camino la expresión de los pueblos guaraníes en la Amazonia: Yvy marané, que refiere a un suelo intacto, privilegiado, indestructible, donde la tierra produce por sí sola, donde el maíz crece solo y no existe la muerte; el lugar de la sanación que va a borrar los rostros de cuanto sea limitación. De esta forma, también ampliamos la interpretación que la traduce como la “Búsqueda de la tierra sin mal”. Este proyecto espiritual fortalece una dimensión de movimiento, de camino, porque como dice Bartolomeo Melià, el guaraní es un pueblo en éxodo, aunque no desenraizado, y la tierra que busca le sirve de base ecológica; por lo tanto, perfila una economía realista, con los pies en el suelo.

Estas cuatro expresiones vitales, de los distintos pueblos, sustentan el espíritu y la propuesta del Buen Vivir como un modo de vida; además, explicitan las acciones y actitudes concretas para generar justicia socioambiental. Aquí se comparten algunas de estas actitudes. 

Una forma de encarnar el equilibrio que expresa el Suma qamaña es el ciclo de cargos de autoridad en la comunidad. En este modo de ejercicio de la autoridad, el poder es delegado por la comunidad a una persona de cada familia de forma rotativa y durante un tiempo concreto. De modo que posibilita un equilibrio de responsabilidades y de experiencias; porque una vez que alguien cumple un cargo, comienza el proceso de aprendizaje de otro. La rotación del cargo permite que no se genere acumulación de poder o sumisión, más bien, promueve un equilibrio en las relaciones entre las personas. Además, la comunidad está atenta a que el trabajo de estas autoridades responda al cuidado del territorio (y de quienes lo habitan), el cual es constantemente violentado, tanto por empresas extractivas como por la tendencia de algunos pobladores de verlo como objeto de consumo, y ya no como un hermano. Todas las acciones que buscan encarnar el equilibrio van acompañadas por la construcción de espacios rituales en los que se cuida la relación con la Divinidad. Esta búsqueda de equilibrio requiere la corresponsabilidad de toda la comunidad.

El Sumaj kawsay promueve la actitud de la armonía visible en los vínculos de reciprocidad que se vivencian en el ayni y la minga, que son prácticas de un intercambio de servicios que se dan gratuitamente y no por condicionamiento. Por ejemplo, cuando una familia construye su casa, los vecinos, amigos o parientes ofrecen su ayuda en el trabajo y todos comen juntos festejando este tiempo que se hace ritual, haciendo presente también la dimensión de lo dulce o amable del Misk’y kawsay. En el futuro, la familia que ha recibido esta ayuda va a retribuir a esas personas con un trabajo similar. Para ello, requieren mantener y cuidar el vínculo con una atención profunda a lo que va pasando en la vida de sus vecinos, amigos y parientes, de modo que cuando ellos vean que necesitan de su ayuda, la ofrecerán en reciprocidad a lo anteriormente recibido. Es una ida y vuelta de servicios no condicionados por el deber ser, sino una reciprocidad fundada en la gratuidad del cuidado mutuo.

La itinerancia expresada en Yvy marané inspira la actitud de estar en búsqueda constante de resignificarse, de habitar la historia presente pero no como hecho acabado, sino como construcción constante del futuro. Impulsa la actitud de poner los pies en el suelo, mantener el sistema ecológico sano donde la tierra produce por si sola. Esta base ecológica permite intuir una economía realista que no destruye la Madre Tierra, que cuida el agua y a los animales que habitan el bosque, y que hace que los pueblos que habitan la casa común tengan alimento. Un sistema de producción sin depredación, como lo han venido haciendo —por mucho tiempo— hasta ahora, a pesar de los contextos extractivitas, y con una fuerte conciencia de qué futuro se quiere heredar a las siguientes generaciones. 

En un contexto socioambiental sustentado por el extractivismo y el consumismo, no es fácil encarnar el “Buen Vivir” con estas implicancias de armonía y equilibrio, las cuales desafían a una sociedad competitiva; una economía con los pies en el suelo que prioriza la sobriedad de la vida frente al consumismo desmedido. 

¿Cómo universalizar esta mirada integral de la vida, en la que el cuidado de las relaciones es fundamental para una justica socioeconómica-ambiental? Un camino es el diálogo intercultural, para ello se necesita decisión personal para reconocer que mi forma de ver el mundo es sólo una de muchas perspectivas; asumir que mi modo de conocer no es el único. Es necesario, pues, estar dispuesto a aprender del/con otro…; co-crear un interaprendizaje para entretejer un nosotros integral junto a la naturaleza.

Bolivia, 29 de mayo 2020.

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