UN SIGNO ENTRE SIGNOS

La terquedad de una guerra: los espíritus de la isla


Dr. Luis García Orso, S. J. *


* Doctor en teología, jesuita, acompañante espiritual, asesor y escritor de temas de cine y espiritualidad.



La vida cotidiana en una isla o en un pueblo chico puede ser tan simple como dar de comer a los animales, ordeñar una vaca, tomarse un trago con los amigos o contar el último chisme. 

Después de una introducción que parece una postal, de una isla con campos verdes, arcoíris y luz del sol brillando sobre el mar, el director Martin McDonagh recrea una Irlanda donde la desesperación, para todos, es algo que se debe saber manejar en lugar de querer vencerla. La fotografía tiñe de grises nubes, incluso, los mejores días de los personajes, que se mueven en espacios estrechos y fangosos, desprovistos de detalles ornamentales. 

En la irlandesa Inisherin, dos buenos amigos, Pádraic y Colm, se reúnen todas las tardes en el pub para tomar una cerveza. Pero un día cualquiera, y sin ninguna razón que lo explique, Colm ya no quiere hablar con Pádraic. El bueno de Pádraic se rompe la cabeza y el corazón al no entender qué habrá sucedido que su amigo no sólo no quiere dirigirle palabra alguna, sino que además evita verlo o darle alguna explicación. Un buen día, Colm dice que ha meditado seriamente lo que quiere hacer con su vida, a qué quiere dedicar todo su tiempo y atención —como violinista y compositor—, y no perderlo en “charlas tontas” para pasar el rato con un pobre hombre inculto como Pádraic. Éste no acepta dicha explicación ni la voluntad de Colm y seguirá insistiendo; mientras, el violinista amenaza con cortarse los dedos si su amigo sigue buscándolo y no lo deja en paz.

Este argumento tan sencillo da pie a un original guion que combina un flujo de sentimientos, toques de humor, sorpresas, y una pregunta de fondo sobre lo que más vale en la vida y en la muerte. El título original, The Banshees of Inisherin, alude a la leyenda irlandesa de unos espíritus femeninos que se aparecen de noche llorando y gritando como augurio de que la muerte ronda por el pueblo. En este filme no hay figuras fantasmales, sino espíritus encarnados en dos hombres que no saben qué hacer para seguir viviendo y no morir. Para uno, no recibir una palabra del amigo, ya es morir; para el otro, no componer una pieza musical también es morir. Pero si nos atenemos a un maestro —como Ignacio de Loyola— para que nos ayude a discernir los espíritus que se agitan en cada uno de los personajes; entonces, parece que Colm no mide de dónde viene y a dónde lo lleva en verdad su decisión original, y las acciones que de forma violenta va tomando; y que Pádraic necesitaría acoger con respeto la dura decisión de su amigo. Cada uno de ellos ha de tocar su corazón y preguntarse (preguntarnos nosotros, también, cada quien): ¿Cuánto valen para mí la amistad y el trabajo, la soledad y los vínculos, la historia construida mutuamente y la creación personal? ¿Cómo acoger las fragilidades humanas que cada uno —yo y el otro frente a mí—  trae consigo?

Llena de una hermosa profundidad emocional que cambia de forma, a veces tan divertida que te hace reír a carcajadas, y luego tan meditativa para volverse melancólica, desgarradora o triste, The Banshees of Inisherin inquietará al público que intente señalar culpables o atribuir un héroe o villano a la historia. Las cualidades morales y las simpatías personales son deliberadamente opacas. El pobre Pádraic, sus patéticas lágrimas, su gran corazón y su sinceridad (en una actuación asombrosa de Colin Farrell) se ganan nuestra simpatía; pero a medida que sus acciones irreflexivas se intensifican y empeoran las cosas, uno empieza a empatizar también con el silencioso Colm, que parece entrar en los años invernales de su vida y sólo está rogando la tranquilidad de estar en paz y no ser molestado.

Martin McDonagh vuelve a unir a Colin Farrell y a Brendan Gleeson, a quienes antes había dirigido en la comedia de asesinos contratados En Brujas (In Bruges, 2008), y los lleva a dar lo mejor de un actor, en una historia totalmente diferente, para resaltar cuánto perdemos de la vida por nuestros enredos y cuánto nos autodestruimos por no comprendernos unos a otros: quedamos como fantasmas sin humanidad, o como almas en pena, o con heridas siempre abiertas.  Una enorme humanidad de ternura y empatía recorre toda la película, lo que le da un nivel de profundidad y un tono emocional, y a lo que mucho aportan las actuaciones, los atractivos paisajes y la hermosa banda sonora. En 2023, Los espíritus de la isla obtuvo merecidamente nueve nominaciones al Oscar, aunque no fue realmente valorada en la entrega de los premios.

La historia se desarrolla en 1923, en la costa rural de Irlanda, en un pueblo ficticio, mientras la guerra civil irlandesa se desata en los márgenes de sus fronteras. La guerra resuena contenciosa de fondo, siempre presente, pero rara vez reconocida; el estallido y la respuesta de los disparos dispersos y los cañones de artillería retumban sin piedad; no muy diferente de las advertencias de la anciana de la historia que molesta a los lugareños con sus profecías. Pero vivir en una isla aparta, y lejos queda la preocupación por los hermanos de todo el territorio que se están matando entre sí. En esa guerra, el pueblo irlandés se dividió en dos (norte y sur), según en apoyo o no a la Corona inglesa, así como por las diferencias entre protestantes y católicos. Entonces, los mismos que habían estado juntos para luchar por la independencia, se volvían enemigos a muerte, e Irlanda quedaba fragmentada. El conflicto sangriento entre ambas partes siguió hasta llegar al acuerdo de paz de 1998.

Los espíritus de la isla es un cuento de hadas absurdo y tierno, cáustico y meditativo, real y simbólico, propio para nuestros tiempos tóxicos y problemáticos,  el cual considera los costos y sacrificios del espacio personal, el arte, la ambición, el conflicto y las consecuencias de dos partes que se declaran la guerra. Es como una meditación sobre la naturaleza al revés, de nuestro mundo impredecible, de nuestros tiempos irracionales, de la falta de civilidad y de cómo no hay ganadores en la guerra. El director logra apuntalar todas estas desconcertantes paradojas emocionales, morales, narrativas y cinematográficas, en una sinfonía conmovedora sobre la triste y trágica inutilidad del conflicto sostenido y la desconcertante irracionalidad de la naturaleza humana, cuando se ha quedado atascada en su terquedad y falta de empatía. ¿A dónde nos lleva que cada parte insista en tener la razón y no entendernos? En la triste parábola de McDonagh nos quedamos con un muñón ensangrentado, una casa en llamas y una soledad irreparable.

Es una historia que conmueve e incomoda, deja con la sensación de vacío y de tristeza; el rompimiento abrupto, el eco ominoso de la guerra que presagia un conflicto sin fin. Si bien, es una película con una atmósfera engañosamente tersa,  en el fondo esconde un subtexto tan perturbador como enternecedor. Como el mejor cine. Porque la ruptura de Colm y Pádraic es la parábola de todo un pueblo; aunque —por desgracia— ni ellos dos ni nadie en Inisherim capten cómo un espíritu maligno de muerte y división se ha metido en sus vidas o en las nuestras. Para exorcizarlo, se necesitaría que cada uno renunciara a sus apegos absurdos y a su terquedad, que abriera su corazón y confesara con sencillez cuánto necesita de alguien, de los demás, para seguir viviendo. Y, entonces, podría pedir otra cerveza, o una canción, o cuidar al perro del amigo. Es la pérdida, incluso, de esas modestas misericordias lo que hace que esta magnífica película sea tan incisiva, interpelante, y tan hermosa y triste.

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