Sinodalidad es asumir “el gusto espiritual de ser pueblo”
Lic. Emiliano Fallilone *
* Es profesor de filosofía y docente e investigador de la Universidad Católica de Santa Fe, Argentina. Es licenciado en Gestión de la educación, maestrando en Teología latinoamericana y doctorando en Sentidos, teorías y prácticas de la educación.

La sinodalidad como expresión de una “pirámide invertida”
El Concilio Vaticano II implicó el esfuerzo de plasmar en gestos y procesos el soplo del Espíritu, “que hace nuevas todas las cosas” (Ap 21, 5), y el cual le ha otorgado también a la Iglesia el rasgo de ser comunidad, de ser pueblo. Para el tercer milenio, el papa Francisco ha señalado un camino que evoca la sinodalidad como ícono de la Iglesia. Expresado de mejor manera, no se trata de una “fachada” o una condición de carácter accidental, sino de una búsqueda de identificación con su esencia misma: la Iglesia es sinodal, o simplemente no es.
En sintonía con san Juan Crisóstomo, Francisco plantea la identificación entre Iglesia y Sínodo como sinónimos, lo cual implica que “en su interior nadie puede ser ‘elevado’ por encima de los demás. Al contrario, en la Iglesia es necesario que alguno ‘se abaje’ para ponerse al servicio de los hermanos a lo largo del camino”.1 En consecuencia, con su practicidad característica para establecer imágenes y analogías, propone la figura de una “pirámide invertida”, en la que la cima, ocupada por los ministros, se encuentra por debajo de la base.
La sinodalidad, asumida como la identidad misma de la Iglesia, implica un nosotros que se materializa en la acción del “caminar juntos”. En el Documento Preparatorio para la Asamblea General Ordinaria del Sínodo de los Obispos en el 2021, llamado “Por una Iglesia sinodal: comunión, participación y misión”, Francisco establece algunas referencias sobre la idea del “caminar juntos”, en tanto signo profético y sacramento universal de salvación para todos: “Una Iglesia sinodal es un signo profético sobre todo para una comunidad de las naciones incapaz de proponer un proyecto compartido, a través del cual conseguir el bien de todos”.2 Es un signo profético que intenta mostrar la unidad de Dios con la humanidad.
Pese a todo lo expuesto, lo distintivo en la propuesta de Francisco radica en la amplitud de la convocatoria del “caminar juntos”, lo cual no sólo aporta una novedad estructural, sino también en el espíritu mismo de la sinodalidad. En el ánimo de constituir un “nosotros”, de amasar un cuerpo profético que abraza la universalidad y la catolicidad como sacramento de unidad, se establece la necesidad de una polifonía en la que nadie se quede afuera.
Consideramos que, a partir de profundizar en el significado de la metáfora de la “pirámide invertida”, pero a su vez, también en sintonía con el proceso sinodal, y, en definitiva, con el Evangelio, la noción de pueblo puede aportarnos un valioso camino para pasar del “mundo de las ideas” al acontecer de la realidad efectiva.

Revisitar la noción de Pueblo de Dios
Abordar la noción de pueblo es complejo dada su polisemia. Dicha dificultad impide un acercamiento desde una intuición estructurante y organizadora, más propia de la modernidad, y exige hacerlo de modo analógico y analítico. En sintonía con uno de los teólogos que sedimenta el pensamiento de Francisco, el padre Lucio Gera, existe otro camino de conocimiento del pueblo: “una captación más directa e inmediata de una realidad personal y singular […] sólo es posible a través de una identificación afectiva con él […] por vía de una connaturalidad afectiva. Sólo si amamos a un pueblo podremos conocerlo y comprenderlo”.3
El pueblo, desde esa lógica, no es un mero objeto, sino que se constituye como sujeto comunitario de una historia y una cultura. Comparte en sí mismo un proyecto común, se embandera en la
lucha por un bien común que excede a las partes, pero que a su vez no las anula. Pero es lícito interrogarse ¿qué ocurre con las diferencias? Los antagonismos que subyacen en dicha unidad no sólo son asumidos de manera creativa, sino que son condición necesaria para destacar la primacía de la fraternidad. La presencia de dichas diferencias conduce a la necesidad de reflexionar sobre aquello que Francisco plantea bajo la imagen de un poliedro como efecto de una “diversidad reconciliada”.
Referir a la unidad que prevalece sobre el conflicto, nos remite inmediatamente a uno de los principios constitutivos de Pueblo que plantea Francisco en Evangelli Gaudium: “No es apostar por un sincretismo ni por la absorción de uno en el otro, sino por la resolución en un plano superior que conserva en sí las virtualidades valiosas de las polaridades en pugna”.4 Este novedoso sujeto histórico-cultural implica la necesidad de un plano superior que conserve en sí mismo todos los antagonismos, pero que, en definitiva, deje acontecer otro de los principios propuestos: “el todo es superior a la parte”. Inmediatamente, el Papa aclara: “El modelo no es la esfera, que no es superior a las partes, donde cada punto es equidistante del centro y no hay diferencias entre unos y otros. El modelo es el poliedro, que refleja la confluencia de todas las parcialidades que en él conservan su originalidad”.5
Frente a la objeción que se plantea a la noción de pueblo como cuestión alienante o que masifica, irrumpe la figura del poliedro, que no pretende homogeneizar la realidad, sino que asume las particularidades y el conflicto como elemento constitutivo. Nadie se queda afuera del poliedro: “No obstante, si se quiere afirmar que la sociedad es más que la mera suma de los individuos, se necesita la palabra pueblo”.6
El Pueblo, con su rostro multiforme, se constituye en sujeto histórico-cultural del cual brota una original forma de re-ligar (religare) lo sagrado y lo humano, de volver popular lo religioso o significar como religioso lo popular. Allí, sabiduría y religiosidad se encuentran. En este sentido, el pueblo constituye un elemento transversal que forja un “nosotros”, que no aliena ni masifica, pero que genera unidad.
Del dicho al hecho: gustar del estar-siendo pueblo
Al asumir la centralidad que adquiere la noción de pueblo, comprendida como Pueblo de Dios que peregrina hacia la salvación, ahora y en la eternidad, sostenemos la necesidad no sólo de serlo, sino también de experimentar y alimentar el gusto espiritual de ser pueblo. El papa Francisco, en Evangelii Gaudium, plantea que es esencial desarrollar el gusto de “estar cerca de la vida de la gente, hasta el punto de descubrir que eso es fuente de un gozo superior. La misión es una pasión por Jesús pero, al mismo tiempo, una pasión por su pueblo”.7 En Fratelli Tutti complementa dicha idea en torno a la gratuidad y el deseo, ya que para recomenzar, “sólo falta el deseo gratuito, puro y simple de querer ser pueblo, de ser constantes e incansables en la labor de incluir, de integrar, de levantar al caído”.8
Quizás, a partir de ello, es posible comprender que la sinodalidad no irrumpe solamente como la consecuencia de una pluralidad que deviene en unidad, sino también por el necesario gusto de amasar esa unidad desde la particularidad. Ahí sí hay un gesto y una decisión mediada por la razón y la voluntad. La sinodalidad, entonces, no es solamente una forma de estar-siendo de la Iglesia o un llamado de un determinado Papa para revisar estructuras abstractas, sino que implica mucho más que eso. Implica también el desafío de pasar de las palabras a los gestos, del discurso al deseo “puro y gratuito de ser pueblo”, de amar ser pueblo.
La permanente llamada a una conversión pastoral pregonada por el papa Francisco implica no sólo un desafío, sino la revisión y la resignificación de algunas estructuras que, lejos de acompañar y sostener la vida de la Iglesia, se constituyen como un contrapeso que dificulta el peregrinar. El sínodo promueve dicha conversión, pero no está exento de sucumbir ante el formalismo, el intelectualismo o el inmovilismo.
A su vez, en dicho pueblo queda excluida la ilustrada idea de aquellos quienes se arrogan la autoridad de “ser voz de los que no tienen voz”, dado que todos asumen el protagonismo de ser indispensables y necesarios en la construcción de lo común. Creemos que no se trata de “dar voz a los sin voz”, sino de ir juntos, en definitiva, de dar la palabra a todos, de devolver la palabra a todos, de hacerla circular y no concentrarla sobre sectores o lugares que lejos de tener los pies embarrados de la realidad efectiva, proyectan desde la fría e indiferente pulcritud de un academicismo vacío de rostros, historias y vida.
Quizás, el desafío de la sinodalidad no tenga que ver con grandes discursos elocuentes, tratados o gestos extraordinarios, sino simplemente con volver a ser Iglesia a la luz del Evangelio, para desde allí despojarnos de los ropajes de antaño y que se reproducen en el “siempre se hizo así”, y que no nos permiten vislumbrar su verdadero rostro. ¡Que Dios nos dé la gracia, como decía nuestro querido mártir monseñor Enrique Angelelli, de tener siempre un oído en el pueblo y otro en el Evangelio! Que nos regale la sensibilidad de un corazón embarrado de pueblo y Evangelio.

1. Francisco, Conmemoración del 50 aniversario de la institución del Sínodo de los Obispos, Libreria Editrice Vaticana, Ciudad del Vaticano 2015. ↩︎
2. Francisco, Documento preparatorio de la XVI Asamblea General Ordinaria del Sínodo de los Obispos, Libreria Editrice Vaticana, Ciudad del Vaticano 2021, n. 15. ↩︎
Lucio Gera, “Pueblo, religión del pueblo e Iglesia”, Revista SEDOI, núm. 66-67 (1982), 103. ↩︎
4. Francisco, Evangelii Gaudium, Libreria Editrice Vaticana, Ciudad del Vaticano 2013, n. 228. ↩︎
5. Ibid, n. 236. ↩︎
6. Francisco, Fratelli Tutti, Libreria Editrice Vaticana, Ciudad del Vaticano 2020, n. 157. ↩︎
7. Francisco, Evangelii…, n. 268. ↩︎
8. Francisco, Fratelli…, n. 77. ↩︎
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